Ejercicio psicológico-humanista
Cuando hacemos un juicio de alguien, por ejemplo «es un mentiroso», ¿hace cambiar a la persona y de pronto se vuelve honesta? ¿Con cuántos juicios esperamos que cambien las personas? ¿A los cuántos juicios cambia el mundo?
La proyección es una defensa psíquica que surge durante nuestros primeros meses de vida como un recurso para colocar nuestros impulsos indeseables o destructivos en el exterior y así poder “defendernos” de ellos. Jürg Willi, en su libro Psicología del amor, nos da una definición amplia y sencilla de la proyección entendida como defensa:
Son emociones, como, por ejemplo, impulsos agresivos; sentimientos insoportables como temor, envidia, celos, vergüenza, deseos y ansias disimuladas, que no se quieren reconocer como propios, sino que se perciben en el otro, y molestan, irritan y se desean combatir en ese otro. La proyección, como mecanismo de defensa, sirve para que el individuo se niegue una parte inaceptable de sí mismo.
Es un hecho que la defensa psíquica de la proyección la seguimos utilizando como un recurso de nuestra estructura psíquica neurótica (no es una enfermedad). Es un hecho que gran parte de nuestra percepción se basa o se apoya en la proyección como defensa psíquica pero también en la proyección en sentido amplio, como la imposición de nuestros significados personales en el exterior.
Una forma sutil de proyección que tenemos es el juicio de los aspectos negativos de la humanidad. Somos excelentes para identificar el mal en el exterior, para referirlo y describirlo detalladamente. Lamentablemente no somos igual de buenos para reconocerlo en nosotros mismos. Lo malo es que el juicio hacia los demás nos distrae de observarnos a nosotros mismos.
Lo peor es que el juicio hacia los demás obstaculiza lo que verdaderamente podemos cambiar: nosotros mismos.
Asumiendo que el juicio que hacemos de lo malo en el exterior es en parte una proyección, te propongo el siguiente ejercicio.
Ejercicio psicológico-humanista:
Cada vez que te des cuenta de estar juzgando lo malo de una persona, pregúntate inmediatamente si aquello que ves en el otro es algo que tú no tienes o haces.
Te recomiendo que cuando traslades el juicio que haces de una persona a ti, en un primer momento lo hagas de manera general para que se te facilite reconocer aspectos negados. Por ejemplo:
- Si juzgas a alguien porque no quiso compartir un alimento, no te preguntes si tú no compartes alimentos, pregúntate si a veces tú no compartes cualquier cosa.
- Si juzgas a alguien porque le dice mentiras a su pareja, no te preguntes si tú le mientes a tu pareja (tal vez ni tienes pareja), pregúntate en cambio si algunas veces mientes.
- Si juzgas a alguien por ser poco empático ante la necesidad de otra persona, pregúntate en qué circunstancias o ante qué personas te muestras desconsiderado o poco empático.
Si de los aspectos malos que criticas o juzgas en los demás no encuentras nada en ti, dime, ¿no te parece raro? ¿Realmente el mal sólo está en los otros?
Aceptar en nosotros mismos los aspectos negativos de la humanidad es un golpe muy fuerte. El humanismo que promuevo, a diferencia de lo que algunas personas creen, es una filosofía realmente intensa y estremecedora. Aceptar nuestra sombra duele. Algunas personas creen que el humanismo que promuevo es sólo la parte aspiracional desde donde enfatizo los aspectos positivos del ser humano. Sin embargo, el complemento es que no podremos llegar a ser una mejor persona si no vemos y seguimos reprimiendo lo malo de la humanidad en nosotros mismos.
El humanismo que promuevo además de enfatizar aspectos positivos, es una invitación a conocer nuestros aspectos más oscuros.
Vemos fácilmente lo malo en la sociedad, en los otros, en nuestros compañeros de trabajo, familiares, amigos y vecinos. Somos expertos en juzgar todo lo malo y generalmente tenemos las mejores respuestas para resolver las cosas. Hemos intelectualizado tanto nuestro contexto que tenemos diversas soluciones para este mundo tan malo. Somos especialistas en el exterior pero hemos huido del reconocimiento de uno mismo.
La proyección como defensa psíquica sirve para defendernos y mediante ello nos hacemos a la idea de que combatimos y vencemos el mal… afuera.
Cuando el malo es el otro, las cosas no cambian porque nos quedamos pensando que es el otro el que debe cambiar.
Es tan duro aceptar nuestra sombra y tan fuerte nuestra proyección, que a veces cuando alguien más nos señala o nos juzga por algo que evidentemente es incorrecto, nos molestamos. Ejemplos extremos de esto son los famosos lords y ladies de las redes sociales. El juicio no sólo no cambia las cosas, sino que en el peor de los casos polariza y fortalece el rasgo negativo; fortalece la represión en la persona juzgada así como su expresión inadecuada hacia el exterior.
En mi caso, no he logrado dejar de hacer juicios de las personas o de mí mismo, pero reconozco que los juicios hacia los demás sólo me sirven para desahogarme y los juicios hacía mí fortalecen mi represión. No ayudan realmente a cambiar las cosas. Al día de hoy no sé si pueda deshacerme por completo de los juicios, pero es un hecho que juzgo menos que antes y ahora me concentro más en mi propio cambio. Mi meta personal es reducir los juicios cada vez más y trabajar con mis contenidos problemáticos.
Con la invitación a hacer este ejercicio psicológico-humanista no pretendo que comuniques a las personas los contenidos de tu sombra. Tampoco se trata de redireccionar el juicio que haces de los demás hacia ti mismo y te sientas miserable. Es un ejercicio personal para que tú hagas conscientes los contenidos de tu sombra e intentes trabajar con ellos para cambiarlos. Si esto se vuelve complicado, podrías acudir a una terapia psicológica para darles un mejor tratamiento.
Recuerda, el ejercicio es:
Cada vez que te des cuenta de estar juzgando lo malo de una persona, pregúntate inmediatamente si aquello que ves en el otro es algo que tú no tienes o haces.